El uso del CGI ha sido una constante en la industria cinematográfica durante años, pero los avances tecnológicos han abierto nuevas posibilidades, ofreciendo a los directores herramientas innovadoras para plasmar sus ideas y contar historias de formas inéditas. Un ejemplo reciente es la película Here, dirigida por Robert Zemeckis, donde la inteligencia artificial fue utilizada para rejuvenecer los rostros de los actores en tiempo real, eliminando la necesidad de extensos arreglos en posproducción e incluso reduciendo la cantidad de actores necesarios para interpretar personajes en diferentes etapas de sus vidas.
Sin embargo, esta creciente digitalización no está exenta de críticas. Recientemente, se reveló que los trajes de los Superboys en la serie Superman & Lois fueron generados por computadora, una decisión que, aunque económica, desató debate sobre la pérdida de autenticidad en los elementos visuales.
En contraste, hay quienes apuestan por métodos tradicionales para preservar la autenticidad. Jon M. Chu, director de la adaptación cinematográfica de Wicked, optó por construir físicamente la mayoría de los sets, minimizando el uso de efectos especiales. Esta decisión buscó crear un Oz más tangible e inmersivo, permitiendo a los actores interactuar directamente con los elementos del escenario.

Un ejemplo impresionante es Munchkinland, donde se plantaron cerca de nueve millones de tulipanes reales en un campo británico, formando un paisaje vibrante y colorido. Además, se construyó un tren funcional para una de las escenas, destacando el titánico esfuerzo de miles de personas involucradas en el proyecto. También se recrearon sets completos de lugares icónicos como la Universidad de Shiz y la Ciudad Esmeralda, elevando el estándar de producción artesanal en la película.

Entonces, surge una pregunta clave: ¿vale la pena invertir en sets físicos, maquillaje y actores, o puede la tecnología reemplazar estos elementos tradicionales sin comprometer la magia del cine?